
hay que abrir y vaciar las calabazas o como dicen por ahí el tururún de los corazones
ver al ciruelo destilar la tarde
contemplar los desfiles de momias como si no hubiera antes ni después
porque cuando uno ya está de regreso (y falla el truco de no estarlo)
hay que comenzar a desestructurar lo estructurado, a desinventar los inventos,
airear estas camas, vigorizar el alma de la tierra
hay que detenerse a horadar la vida con frenéticos destellos,
a vaciar las cananas
a desempolvar las campanas
a esconder los rosarios helados de muerte
(que su gracia siempre es peligrosa)
a la nostalgia hay que soterrarla con nubes de polvo en tropel
(a menos que sean textos fragmentarios de poetas)
y para la piel ocre y escamosa el unto de aloe o mascotitas que acaricien cabellos
de las mascotas y aún de los sueños colgados de un sol negro y una luna blanca
hay que dejarse ganar por una mano que toca ambiguamente
toca o araña
o encendida en el entrecejo, entonces la carne
del cuerpo vibrante de deseos
se siente completamente rebalsada de sellos
(como lo estoy yo)
de pronto retornan loes gemidos del silencio
los mimos flexibles
los juegos a ver quién desarma más esqueletos, quien dice el elogio menos audible
los mimos flexibles
los juegos a ver quién desarma más esqueletos, quien dice el elogio menos audible
y cómo podría negarme ante tantas caricias
a jugar a contar cien historias en canje
caricia a caricia
lego por lego
no podría negarme...
a nada, en una noche tan hermosa y cuando ya venga esa mañana de derrumbe en que todo se apague y tenga que partir
a esa mañana le repartiré cada beso
cada humedad de mis humedales
o lo que brote de mis pliegues y repliegues o lo que sobre de mi ternura
la haré mía a esa mañana, mi nombre le haré pedir en su boca de milhojas
por su manto de ilusiones desvanecidas o por como adora desperramarse
con el sexo exprés de una yegua de raza que se enraíza en el descabellado suplicio de sentirse viviendo un poco más...
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